
Estaba allí, entre todos ellos, cantando, sonriendo, bailando, disfrutando como una principiante de todo y de nada a la vez. Vi cómo Cyndi se quitaba los collares, aprecié su evolución en la manera de introducirse en el trío de cantores en aquella rueda maravillosa.
Vi cómo Dylan escuchaba a un paciente pianista que le susurraba la melodía desde sus dedos, largos y perfectos, llamado Stevie. Me acurruqué a los pies de Michael para vibrar con él en cada repetición buscando esa nota aguda y sostenida en la frase, siempre magistralmente cantada.
Y entonces lo entendí. Lo entendí tan profundamente que empecé a llorar, sin control, sin quererlo; con toda la paz de mi ser, lo entendí. Somos uno, somos magníficos si nos unimos, somos especiales e indestructibles en nuestro profundo ser si vibramos alto, si cantamos, si nos entregamos al fin último: la bondad, la compasión, EL AMOR.
Recordémoslo, de tanto en tanto. Necesitamos cantar más alto, bailar al compás, dejar libre ese genuino instinto de pertenencia al universo superior. Hoy nos necesitamos. Seamos libres a través del ejercicio ejecutado desde la convicción de que los relatos de fuera no son nuestros. Somos más que eso, somos más que todo eso; somos conexión, somos voz y somos canto. Somos música y somos baile. Somos la tierra, somos el agua, somos el aire, somos LUZ.
Somos el mismo AMOR.
Ese 1985 se gestó, rodó y emitió este maravilloso encuentro entre grandes. Las voces del coro son también de gente maravillosa. La letra, compuesta por Lionel Richie & Michael Jackson, nos refiere a la verdadera motivación de estar hoy, aquí y ahora.